España era algo oscuro, viscoso. Viejas valleinclanianas y espectros goyescos la habitaban. Se oía música sacra de la más embotante y marchas militares. Una manada de seiscientos volaba pedorreante por sobre los tejados del poblachón nacional y un verde oliva guardia civil estaba apostado en cada uno de los puntos cardinales, con su mostacho y su arcabuz. Los pensamientos eran cosas secretas asomándose cautamente por las esquinas. España era desierto. En ese lugar que unos llamaron sicania (región rica y feliz en los confines occidentales del mundo), otros ofioessa (país de serpientes) y otros grande y libre, residió la mirada que veréis en estos "ibéricos" ojos, posada sobre Alemania.

 

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 Carlos Miragaya

 

 

 

 

 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

bakakaba

 

Carlos Miragaya

 

 

Alemania era un lugar donde el progreso tecnológico y el del bienestar cavaban aunados el futuro. Millones de electrodomésticos flotaban como figuras de Chagall en los nubosos cielos y Goethe pulsaba el laúd majestuoso y cavilativo en el capitel de una columna de pensamiento que se abría paso por entre los electrodomésticos. El sol era un rutilante Deutsche Mark introduciéndose en el róseo lomo del cochinillo de la suerte.

 

Estos ibéricos ojos vieron al dar aquí en Alemania, ante todo, el silencio (sin duda lo más inexistente en España). Las aceras, tal cual informaban quienes lo habían visto, se plegaban ciertamente por la tarde con un chasquido metálico (alguien había accionado un interruptor central en algún sitio). Se hacía la oscuridad, el silencio, la quietud. Una o dos bombillas quedaban suspendidas sobre la nación para velar el sueño y para que se pudiera ir al W.C. No había TV a partir de temprana hora de la noche. Quedaba sólo una voz de mujer en la radio manteniendo despiertos a los camioneros. El silencio tocaba fondo. Se escuchaba el propio torrente sanguíneo y los pensamientos eran pequeños cortometrajes acaeciendo en el no tiempo del silencio posado sobre la quietud absoluta.

A esta mirada ibérica le aconteció semejante cosa que a Cartesius en este mismo lugar y no tiempo: me puse a mirar "mis" pensamientos. Reparé en que esos pequeños cortometrajes que acontecían en el silencio se llamaban unos a otros ininterrumpidamente y parecían querer agotar sus innúmeras (y crecientes debido al fruto del mutuo trato) posibilidades combinatorias. Cualquier elemento de cualquiera de esas peliculitas podía llamar a otro o a varios elementos de otra o muchas peliculillas relacionadas entre sí por algún elemento común, simple o complejo. Me quedaba contemplando en el no tiempo del silencio posado sobre la quietud absoluta el crecimiento de esta asombrosa espuma de imágenes. Reparé asimismo en que cualquier elemento o suceso del medio circundante convocaba por idéntico procedimiento a cuanto tuviese cualquier tipo de relación con ello. Y en el no tiempo del silencio posado en la quietud plena acontecía entonces el cortometraje en el que todo cuanto convocado eran actores. Vi que los corto o largometrajes operaban en mí una realidad vívida. Me supe entonces títere de ello. Comprendí que la actividad del pensamiento era mi conciencia. Que ésta era todas las variopintas largas y cortas peliculitas que hay en mí. Todas me eran conocidas: hablaban de mí; eran mis recuerdos, mis experiencias, mis pensamientos; lo que había leído, visto y oído: eran mi pasado, mi memoria. Ello todo era yo. Y yo era España. Ella había depositado en mí su herencia de siglos: su cultura, costumbres, tradiciones, manera de entender la vida, de ser y estar en el mundo. Comprendí que durante todo el tiempo que yo había morado en España la ubre nacional no había dejado de tener enterrado su pezón en mí, para que yo fuere a imagen y semejanza suya. Vi esto como la suma tiranía (infligida por el solo hecho de nacer y residir en un determinado lugar). Vi claro que lo que España había puesto en mí (acervo o herencia cultural, esa "identidad" fraguada en mí) era lo que, en verdad, miraba el mundo en derredor. Vi, al darme cuenta de esto, que el patrimonio, la identidad..., todo cuanto había en mí, deformaba a tal punto los hechos de lo real que era como si no los viera en absoluto. Todo era remitido al sistema o código de referencia de lo existente en la memoria. (Y comenzaban las peliculitas. Y éstas movían a su títere.) Vi que, aquí, había igual cuestión que en la mecánica cuántica respecto a lo (sic) observador y lo observado: lo observador (medición) interfiere por el mero hecho de observar en lo observado. La interferencia (acción) de lo observador en lo observado imposibilita conocer lo observado, tal cual sea en ausencia de lo observador. Eliminar los efectos de la presencia de lo observador en lo observado no se puede (en el caso de la mecánica cuántica): eliminar la acción sobre lo observado de los instrumentos de observación, la del laboratorio donde se realiza el experimento (medición, observación), la de los propios científicos que han diseñado el experimento (sin considerar ahora la acción sobre lo observado que indudablemente implica la estructura conceptual misma de la que nace el experimento), la del lugar donde esté sito el laboratorio, la de la Tierra misma en la que está todo lo otro, la del sistema solar en el que la Tierra es parte de un equilibrio, la de la galaxia en torno a la que orbita nuestro sol de cada día, la del cúmulo de galaxias en el que lo denominado nuestra galaxia es un equilibrio inmensamente mayor pero no separado de todo cuanto dicho, la del supercúmulo de galaxias en el que nuestro cúmulo es parte en relación con todo lo otro... No se puede. (¿Qué es y dónde depositar algo abstraído fuera del Universo?) En este punto es interesante lo escrito por Einstein en su librito sobre la relatividad acerca de la imposibilidad de observar (medir, conocer) sin un sistema previo de referencia al que remitirse: "conocer" es comparar. Lo que mira -en este caso todo cuanto España había depositado y cuanto a diario el entorno intenta depositar en mí-, era el sistema previo de referencia con el que, remitiéndose a él, medir, comparar, conocer, reaccionar a conforme a. Ello era lo observador. Su sola existencia imposibilita la observación de lo observado. Mi asombro no conoció límites. ¡No sólo yo era un organismo regido por un programa psicológico heredado, sino además, ese programa psicológico heredado, y que transmitimos, hace que existamos en una suerte de quimera! Federico, el bigotudo de Sils-Maria, dejó escrito en su sorprendente necrología con la que dijo adiós al mundo y a los hombres, que su yo era un perro que le seguía a todas partes, y que es menester nacer una segunda vez, si no se quiere conocer la indecible desdicha de morir sin haber logrado nacer.

Eso bastó para que se desmantelase en lo absurdo todo ese constructo (adn-psicológico) heredado. España, español, lo español... desapareció como si hubiese pinchado un globo. Con ello, y por las mismas razones, cualquier otro globo semejante. La autoridad se tambaleó en lo alto de la milenaria columna de la costumbre y dio de bruces donde le corresponde. La revolucionaria resolución tomada por Cartesius (que aquí no incluye en absoluto el método) de retirar el crédito a todo cuanto hasta entonces había creído y emprender en consecuencia uno mismo la tarea de guiarse, ni hubo de ser encarada: el cordón umbilical psicológico que me hacía operar conforme a los contenidos depositados en mí, se tajó por sí sólo nada más visto (discernir) lo dicho. Cesé completamente para todo ello. Nací por segunda vez. Mi antiguo yo es ahora un perro refunfuñador atado por sí mismo con una cuerda a la estaca de lo conocido: la memoria. Y entonces vi Alemania como si no tuviese ni el más mínimo informe al respecto. Y no se es ya un extraño a la Tierra, ni a la Natura, o a lo que sea el Universo, mas sí respecto a los diversos programas psicológicos que agitan y atosigan sin tregua a la mayoría de los hombres por la vida. Y esta mirada "ibérica" ya no ve más que lo que hay. Y se trata exclusivamente con hechos. Y lo que hay es lo que hay, labrado por nosotros mismos conforme a lo heredado. Resulta claro que, si cesamos para estas diversas programaciones heredadas de sus respectivas culturas (el tronco de la vida a fin de cuentas es uno), no habría tanto conflicto como el que se manifiesta, pósese donde pósese, una no modelada mirada: Y sin haber menester andar a caza el entendimiento, será visto guisado lo que se ha de comer y entender.

 

© Carlos Miragaya. Düsseldorf, 1998

 

 

 

Goya. Disparates. "Contra el bien general". Detalle. Del catálogo "GOYA" de la Fundación Juan March para las exposiciones habidas en 1988 en la Bayerische Akademie der Schönen Künste (München), en la Haus der Jugend (Wuppertal-Barmen) y en el Stadtmuseum de Düsseldorf. Fotografía: Alfonso C. Pérez.

2 Carlos Miragaya, Barcelona 2003. Foto: Oliver Duch.


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Publicado en traducción alemana de Andrea Mesecke en TRANVÍA, Revue der Iberische Halbinsel, Heft 51, Miradas ibéricas, Iberische Blicke auf Deutschland und die Deutschen. Berlín, 1998

 

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